DIVERSIÓN Y PROHIBICIÓN
Valencia empieza ha celebrar estos días
las fiestas de fallas y lo hacemos en un clima de prohibiciones, de un uso
moderado de la diversión y el autocontrol. Quizás más que nunca estemos
viviendo la imposición de leyes que coarten las libertades en cómo y de qué
manera se deben moderar los distintos elementos que intervienen en una fiesta.
Se entiende que hay que prohibir cuando
los ciudadanos no acaban de saber poner tope a ciertos hábitos que se pueden
convertir en excesos y, por lo tanto, perjudicar al bien común de la sociedad.
Cuando se pretende educar y formar a
alguien en buenas costumbres, se debe manifestar siempre una inquietud de
enseñar, de convencer, antes que llegar a la prohibición, que sería siempre la última
medida y la más drástica, aquella que no queda más remedio por que algo
incorrecto se incumple sistemáticamente. Es algo bien sabido por todos los
educadores, sólo prohibir y castigar cuando no quede más remedio, que
evidentemente es necesario en según que situaciones.
La falta de medidas en la educación, el
relativismo, el que cada uno funcione según le marque su conciencia o su manera
de entender la libertad, provoca los excesos y la falta de control. Sería algo
así como primero dejar hacer de todo, para luego, al ver que la gente o la
sociedad no sabe controlarse, empezar a prohibir y crear leyes que puedan
atentar incluso contra los derechos fundamentales. Es en cierto modo el absurdo
de te dejo hacer lo que quieras pero como no sabes controlarte, te lo voy a
prohibir por tu bien. Es luchar por el pueblo sin contar realmente con este
porque le falta madurez; recordemos que eso es lo que hacen los regimenes
comunistas y fascistas.
Lo hemos podido comprobar recientemente
con la ley del alcohol, como para poder controlar su consumo, se endurecía esta.
Es cierto, que uno de los grandes problemas que tenemos actualmente es el
consumo indiscriminado de alcohol. Muchas son las personas que no saben
moderarse en estos comportamientos, y no sólo no saben limitarse ellos mismos
sino que se incita a los demás a beber. Pienso que sigue siendo necesaria una
ley en cierto modo severa que ponga tope al consumo de alcohol sin medida. Es
triste ver como existe en muchos lugares, personas que entienden que la
diversión tiene que ir ligado al exceso de alcohol hasta llegar a la
embriaguez.
En lo que respecta al vino, la cosa no
está tan clara, pues es algo bueno y tradicional en nuestra cultura, además es
bien sabido por todos que los excesos no se realizan con vino, se suele hacer
con otro tipo de bebidas alcohólicas, o si se utiliza este se hace como un
elemento para mezclar.
En definitiva, se debe hablar siempre de
moderación y educación, no de permitir hasta que veamos que se llega a un
exceso que pueda ser peligroso para la sociedad. Nadie puede justificar por
liberal que se crea uno, que el botellón, los abusos, que la educación en la
permisividad es algo bueno, aunque lo hagamos en nombre de la libertad, porque
cuando queramos poner tope ya no podremos controlarlo y entonces pagarán justos
por pecadores; aquellos que hacen un consumo moderado quedarán perjudicados por
los que no se controlan. No es bueno permitir mucho inicialmente y luego cuando
se nos va de las manos empezar a crear leyes que prohíban de una manera
rotunda.
Lo mismo ocurre con el control de las
fiestas. Es verdad que el exceso de ruido puede molestar a vecinos y que,
seguramente, un coche con el maletero abierto, con la música alta, y un grupo
de personas consumiendo alcohol a las tres de la madrugada, debe estar
prohibido porque es evidente que es una fiesta sin control. Pero esto que
estamos diciendo no se puede comparar con una fiesta organizada y tradicional
como las fallas, en donde el ruido de la pólvora, la música y la diversión son
sus características principales. No podemos actuar con todo igual por ciertos
excesos de individuos que luego entorpecen la diversión, algo que es vital para
toda la sociedad, en especial para la nuestra.
También con la prohibición de tirar
petardos a los menores, estamos en lo mismo, no se trata de prohibir, se trata
de educar, de mentalizar a los niños sobre el peligro que tiene el manipular
petardos, que es lo que se puede hacer y qué es lo qué no, esto bajo la
supervisión de los más mayores. Pero sacar una ley que prohíba está práctica va
en contra de la esencia de nuestra fiesta. Es evidente que es peligroso y que
cierto tipo de petardos no los deben tirar personas inexpertas o aficionadas,
pues en caso de accidente pondrían en peligro su seguridad y la de otros. Para
ello debe haber controles de seguridad al respecto, pero no prohibir y atajar
con el problema de un plumazo.
Vemos que lo de crear medidas populares
para el gobierno central no es lo suyo, intenta introducir leyes a ver que pasa
y, si hay respuestas sociales negativas, entonces se cambia. Es lo que ha
pasado con la ley del vino, se ha paralizado porque puede perjudicar a los
intereses electoralistas, pero no han dado una razón de peso del por qué de su
marcha atrás.
En definitiva, podemos decir que nos
encontramos con un gobierno que es duro con los ciudadanos de a pie, aunque sea
blando con los terroristas, que es más partidario de la prohibición cuando el
liberalismo se les va de las manos, antes que de la educación y la formación en
unos valores íntegros que ayuden a distinguir lo bueno de lo malo y que no nos
vendan que todo vale, que todo está bien, y cuando no podamos controlarlo,
sacamos una ley y nos dedicamos a prohibir a base de decretazos, en donde metemos
a todos en el mismo saco.
Lleguemos a la conclusión de que hay que
enseñar a moderar, a formar en valores sanos basados en el respeto a uno mismo
y a los demás, y con la idea clara que ciertas actitudes son fruto de la mala
educación, que deforman la diversión y hace que actitudes inicialmente buenas
se conviertan en verdaderos problemas sociales.
JAVIER ABAD CHISMOL
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